La recomendación de hoy, Samantha Hudson, es uno de esos personajes que no necesitan presentación alguna. Basta con acudir a su perfil de Instagram –convertido en hervidero de ideas y donde cuenta con más de 80 mil seguidores- para percatarse de la autenticidad de la inigualable Samantha Hudson. La autoproclamada “Miranda Makaroff de los pobres” se desnuda (no sólo en términos metafóricos) frente a una audiencia sedienta de contenido sincero y veraz, desprovisto de artificios y ornamentos.
“Si ser guapa es un delito… me declaro culpable” leemos en una de sus publicaciones, donde la vemos posar sensualmente en las escaleras del Juzgado de Guardia. Ataviada con una minifalda y una chaqueta de borrego, acompaña su estilismo con un gorro militar soviético y un bolso de mano con estampado de vaca. Un look que, si bien pudiera resultar anecdótico o casual, encarna a la perfección la esencia de Samantha: libertad, contraste y humor para combatir la intolerancia y el aburrimiento.
Desde que lanzase el videoclip de Maricón, su primera incursión en la música con tan solo 15 años concebido originalmente como un proyecto de clase, la artista multidisciplinar no ha dejado de enfrentar la censura a través del ingenio y el sarcasmo. “Soy maricón pero también soy cristiano, ellos no me aceptan porque follo por el ano” entonaba sin pelos en la lengua en su primer single, ante el que no tardaron en responder asociaciones de corte ultracatólico y ultraconservador como Hazte Oír. Repetir enérgicamente seis veces la palabra ‘maricón’ bajo una base rítmica de aires electrónicos le valió para enfurecer a los líderes de la intolerancia y la intransigencia. Acababa de nacer una estrella.
Su creciente popularidad en redes, unida a su consolidación como icono de una nueva generación surgida como respuesta a la falta de diversidad instaurada, desembocó en un documental que recogía su corta (aunque agitada) vida: ‘Samantha Hudson: Una historia de fe, sexo y electroqueer’. Una película con la que adentrarnos en el universo de tintes oníricos defendido por la performer, a la que sucederían auténticos hits musicales como Burguesa Arruinada, Cómeme el Coño o el por todos conocido Hazme el favor (vente conmigo a bailar), una adaptación de un éxito japonés de los ochenta con el que abrió una nueva etapa en su carrera de la mano de Subterfuge.
Siempre fiel a su identidad, la artista continúa exponiéndose sin filtros frente a su audiencia. Y si los usa, es para mostrarse envejecida o distorsionada. Ya sea posando frente a unas obras luciendo una camiseta con el lema ‘Franco ha muerto’ o desfilando de forma improvisada sobre una montaña de basura enfundada en un top de lentejuelas y unav kilométrica capa de volantes, el discurso de Samantha se desprende del qué dirán para dejar paso al autoconocimiento y la verdadera expresión del ser.
La cantante, quien se define a sí misma como “una chica muy normal, casi chica y casi normal”, combate ahora la tragedia desencadenada por la pandemia mundial con un SHOW (en mayúsculas) junto a Paco Clavel cada jueves en Maravillas Club. Una esperanzadora celebración con la que olvidar las fatales noticias tan frecuentes en estos días, que nos invita a soñar con un futuro (y una sociedad) mejor.
Imágenes via @badbixsamantha