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GREY GARDENS: LOS PLIEGUES DE LA EXCENTRICIDAD

Las tropas de Vietnam volvían a casa, la heroína asolaba los guetos de los EEUU y el partido de las Panteras Negras alcanzaba su apogeo. Moría Jim Morrison, el microondas entraba en todas las cocinas y se fundaba Microsoft. Mientras en Long Island, una isla del Atlántico a 170 km de Manhattan dos mujeres, Edith Beale y su hija Edie (las Beales), competían por quién cantaba mejor y discutían sobre qué vinilo escuchar. Se arrebataban de las manos fotos que contradecían sus relatos y racionaban su alimento en base al número de gatos que entraban por la puerta.

Hablar de la sociedad norteamericana es aceptar su excentricidad. Una misma América, diferentes universos” decía Albert. Y el documental Grey Gardens (1975) es un universo al que tenemos acceso gracias a lo inesperado. Al igual que las cosas que nos marcan en la vida, Grey Gardens sucedió como consecuencia del azar, de la confianza en la intuición y de la búsqueda de la belleza que se cuela entre las grietas de la vulnerabilidad. 

Lee Radziwill, hermana de Jackie Onassis, encargó a los hermanos Maysles, David y Albert (entonces jóvenes pioneros del direct cinema), una película que hablara de su infancia y juventud en Long Island y que incluyera a sus familiares y amigos. Apenas iniciado el proyecto, cuando Lee comprobó que su tía y su prima hermana, las Beales, tenían una presencia vibrante y cautivadora ante la cámara, decidió retirar el encargo por miedo a verse eclipsada por ellas. Los Maysles y las Beales habían tenido un breve encuentro y desde el primer momento hubo una atracción mutua. La presencia de los cineastas activó el ímpetu narrativo y performativo de las Beales, y ahora que la vía estaba expedita, iniciaron un rodaje de dos meses que daría como fruto el primer reality de la historia del cine. Desde entonces Grey Gardens ha inspirado colecciones de moda y editoriales de revistas, se adaptó al teatro y a un musical de Broadway, y en él se basaron para hacer una película protagonizada por Jessica Lange y Drew Barrymore que dieron vida a las Beales, en 2009. 

Normalmente las ideas más originales vienen de la excentricidad verdadera, de la gente que de algún modo ha estado alejada de la cultura de masas, y como consecuencia ha desarrollado marcos de referencia radicalmente distintos. Lo estrambótico, lo extravagante surgen como ejercicio de supervivencia en el aislamiento. Y este fue el caso de las Beales, pertenecientes a una de las familias más poderosas de la Costa Este. Edith y Edie reciclan las finuras de un pasado privilegiado convirtiéndolas en la moda más creativa vista en el cine desde que Escarlata O’Hara arrancara las cortinas, creando un universo estético único, jamás concebido. Edith, la madre, desafió las convenciones sociales organizando jolgorios donde cantaba hasta la madrugada, lo que desembocó en la ruina de su matrimonio y su aislamiento. Edie, la hija, se rebeló contra las restricciones definidas por su clase y género, que le asignaban un marido tenista o broker con el que formar una familia, mientras ella confiesa en el documental ‘’lo único que busco en un hombre es una pareja de baile’’. Después de probar suerte como bailarina en NY acudió en ayuda de su madre a Grey Gardens, donde convivieron recluidas durante más de veinte años hasta la muerte de Edith, la madre. 

Comentaba Albert que a pesar de las desalentadoras habladurías sobre lo que acontecía en la casa de las witches– así se referían en el vecindario a Edith y Edie, como las brujas- tanto él como su hermano David tuvieron desde el principio una fuerte intuición sobre el potencial que tenían enfrente. Cierto es que estas mujeres tenían el jardín desatendido y asilvestrado, no mantenían la casa como los chorros del oro y tampoco cumplían con los protocolos de higiene y salubridad: la casa apestaba a pis de gato, los mapaches eran los okupas de la buhardilla y comían paté de lata y helado a deshoras. Aunque habitaban una ruinosa mansión de casi cincuenta habitaciones, la vida cotidiana se reducía al dormitorio que compartían. Allí cocinaban en un hornillo, recibían a sus invitados, escuchaban música rodeadas de libros, cuadros y fotos de ellas mismas, cantaban entre discos, zapatos y objetos singulares, dormían entre migajas de comida, recortes de periódico, joyas y kleenex, siempre muchos kleenex…por el suelo, sobre la cama y en la mano. Pero este caos construido a la medida de sus pasiones era el universo excéntrico en el que se sentían a salvo, relegando las necesidades, que otros consideramos básicas, a un segundo plano. 

»Es muy difícil mantener la línea entre el pasado y el presente’’dice Edie al principio del documental. Efectivamente en la cinta no existe la noción de tiempo, esta se traslada al espacio. En el centro de la codependencia entre madre e hija se extiende la mansión, como si la casa fuera un órgano del cuerpo de estas mujeres. Y de hecho, que esta joya de culto reciba el nombre del lugar donde ocurren las cosas me hace pensar que este documental, en cierto modo, va también del ejercicio de cómo vivir una casa, el uso/desuso del espacio y la importancia del marco cotidiano. 

El hecho de que no haya un salto generacional claro entre la madre y la hija debido al aislamiento, crea una alianza entre ellas transformando a ratos la relación materno-filial en una relación de hermanas. Las Beales han escrito su propio guión entretejiendo hebras de la memoria y la imaginación, han aniquilado las categorías del pasado y el futuro, para vivir en un presente continuo.  Esto contribuye a que parezca que Edie cambia continuamente de ropa, broches y tocados. Ese efecto no lineal lo consiguieron las tres mujeres a las que los Maysles encargaron el montaje. Tardaron dos años en reducir setenta horas a una hora y media. 

 

 

 

 

 

 

Cuando se estrenó el documental, las críticas reflejaron una impresión tremendamente negativa, acusando a los hermanos Maysles de haberse aprovechado de la vulnerabilidad de estas dos mujeres. El Vogue americano consideró la película de mal gusto y comparó los cuerpos de las mujeres con el espacio en decadencia en el que vivían. El New York Times hizo una crítica despiadada centrada en la representación grotesca de los cuerpos envejecidos de las Beales ante la cámara. 

A colación de las críticas, Albert defendía que ‘”la cualidad humana que nos va a salvar es la vulnerabilidad”.  Nos invitaba a exponernos y decía “encuentro retorcido asumir que grabar a dos mujeres actuando libremente delante de la cámara, en armonía y aceptación de su propio cuerpo sea aprovecharse”, pero también entendía que  “poca gente es capaz de entrar en una situación de intimidad, en una situación verdadera sin sentirse incómoda, porque ante la verdad uno no puede ni mentir ni esconderse”. 

Es irónico presenciar cómo los mismos medios de comunicación que parodiaron el documental, comparando los flácidos cuerpos de las Beales con un circo, se reposicionaron cuando la industria de la moda creó la marca Edie. Para tal fin, se descontextualizó la estética de la pequeña de las Beales, sustituyendo su cuerpo envejecido por uno sin edad, reemplazando lo cotidiano y doméstico por lo sensacional y público. No olvidemos que los looks de Edie sirvieron para reconciliar las oposiciones de nuevo/viejo, rico/pobre, masculino/femenino, que se definen continuamente en la cultura visual. Y utilizó elementos de deconstrucción y reapropiación en su indumentaria, mucho antes de que estas prácticas fueran teorizadas como alta costura por los diseñadores de vanguardia, los académicos de la moda y la prensa.

Hay quien piensa que los looks de Edie son soluciones transgresoras a su ropero en decadencia. Sin embargo yo los veo más como parte de su personalidad. Sus estilismos son la manera de probar a través del material lo que Edie puede ser- cuidadora de su madre, cabaretera, bailarina delirante, diosa de su hogar- y para ello, de forma desesperada e impulsiva, crea estilismos desde donde proyectarse. Les pone nombre, ‘’revolutionary costumes’ -atuendos transformadores, estilismos revolucionarios, conjuntos innovadores- y aclara que pone intención y pensamiento en ellos, les dedica tiempo. Este proceso me hace pensar en Rei Kawakubo y su uso de la tela para inventar proporciones nuevas, para activar un cuerpo que todavía no está definido. 

Edie sufría alopecia ocasionándole la caída total del cabello, y cuando las Beales cayeron en la ruina financiera, se cubría la cabeza con blusas, broches, imperdibles y mucho arte. Para mi sus tocados, las infinitas formas en las que se cubre la cabeza son otro personaje del documental. Edie usaba las faldas al revés, la cinturilla por las rodillas, “porque se le habían quedado pequeñas”, se cubre con cortinas de encaje y utiliza una toalla azul cielo como tocado  “porque es suave y combina con los ojos. Convierte una bufanda en capa para adoptar una silueta de superheroína y pretender que es miembro de una marching band, y canta Lili Marlene envuelta en delicadas y múltiples capas de chifón, encaje y rejilla. Su madre, Edith, se pone un andrajoso sombrero rojo de ala ancha como si el tocado la subiera a un escenario y nos canta ‘’Tea for two», canción que estoy escuchando en loop en sus distintas versiones mientras escribo. 

En Grey Gardens, son los pliegues de la tela los que conectan al dúo con el pasado y los que las permiten conectar con las ramificaciones del presente. En este caso es la ropa la que sugiere nuevos futuros más allá de sus límites presentes/actuales. Qué casualidad que los hermanos Maysles documentaran a los artistas Christo y Jeanne-Claude cubriendo de tela un valle en el estado de Colorado, y también a Yoko Ono sentada en el escenario del Carnegie Hall mientras el público se turnaba con unas tijeras para cortar el traje que llevaba puesto. 

Albert en solitario al final de su carrera rindió tributo a su amiga e icono de la moda neoyorkina, Iris Apfel. Siempre me interesó ese hilo conductor entre sus trabajos: la tela, la ropa, la moda. Albert pensaba que “el pliegue de una tela es la transformación entre lo exterior y lo interior. El pliegue es una textura que expresa dimensiones invisibles, intangibles, y es capaz de transformar lo que cubre. El pliegue nos abre posibilidades”- decía- “y nace de la libertad”. 

Albert Maysles fue nuestro vecino en Nueva York hasta que falleció en 2015. Somos amigos de su familia con la que hemos compartido cenas, proyecciones y cháchara. Tuve la suerte de colaborar con la institución cultural que fundó, Maysles Documentary Center, durante un par de años. Albert es uno de los seres que más ha marcado mi vida, y no porque fuera conocido y un genio (que también), sino porque era de verdad y trataba a todo el mundo con verdad. Las anécdotas que narró, la gente que nos presentó y las aventuras que viví junto a él, las dejo para otro capítulo 🙂

Pocos meses antes de que nos dejara, Albert me contó que cuando Edith se estaba muriendo, su hija le preguntó si quería decir algo y Edith contestó- “No hay más que decir, está todo en el film de los Maysles‘’. Y es que a través de Grey Gardens, las Beales lograron salir al mundo sin abandonar su casa.

Hemos guardado la peli en nuestra playlist ICONOS DE ESTILO en Youtube, junto con otros muchos docus interesantes. Aquí la tenéis:

 

   

 

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