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2020 (O el año en que la tendendencias dejaron de importarnos)

Hoy me he dado cuenta de una cosa, la tendencias me importan un pepino, es más, si tuviese que aventurar una idea de las estéticas que se están generando en las calles, un resumen de las propuestas de los diseñadores o una predicción de las siluetas, colores o tejidos que están por venir, me sentiría más perdida que una cabra en un garaje y sinceramente no me molesta. Esto, que para el común de los mortales es más o menos lo que se llama normalidad, para un estilista es algo raro, muy raro. Y es que aunque nuestro trabajo consiste no sólo en predecir tendencias, sino en crearlas, interpretarlas, absorber lo que está en la calle e interpretarlo a través del cristal de todas las experiencias que hemos vivido o al menos de aquellas relevantes según los vaivenes de la cultura del momento, no soy capaz de crear un mapa en mi mente de la indumentaria de 2020. Amigas, compañeras, alguien sabe qué mondongos es tendencia ahora mismo? Pijamas, sudaderas y pantalones cómodos abstenerse, que esa ya me la sé.

Dándome una vuelta por pinterest del modo más casual e inocente, una cosa salta a la vista, si fuese por ellos, mi idea de estilo está a caballo entre las máscaras del folklore africano y un hipster de 2014. Me explico, Pinterest, en su algoritmo – que no funciona mal en casos normales, no sabe qué proponerme, porque duda entre mi tablero “publi” y el de “inspiración tribal”que son los únicos que han tenido algo de movimiento últimamente, el de publi porque intento visualizar una campaña con tarifas de 2018 viniendo hacia mí y el de inspiración tribal porque estoy investigando el trabajo de un maravilloso estilista.

Y mientras miro el de publi reflexiono sobre cuáles son los estilos que  importan y la verdad es que no se me ocurre ninguno. Algo ha ocurrido en 2020 y no creo que sea solo que nos estamos enfrentando a una pandemia mundial, o que llevamos tanto tiempo metidos en casa que el chándal pide a gritos un reemplazo o que nos hemos quedado sin lugares a los que ir  o dinero con el que pagar el viaje. Quizá es que hemos madurado como sociedad o quizá es que hemos perdido la ilusión de vestirnos o en el caso de los profesionales, de imaginar a otros vestidos.

Así que para mí, esto es algo similar a pisar fondo, a llegar a ese lugar del que solo se sale muerto o fortalecido, no es que las tendencias me hayan importado en exceso a lo largo de mi vida, si no era para romperlas o crearlas; cierto es, que profesionalmente hay momentos en que es necesario tirar de ellas, pero no era como estudiar mates, sino un conocimiento más esotérico, algo indefinible e inconsciente que habitaba mi mente y salía en mi ayuda siempre que me era necesario, pero hoy, ese je ne sais quoi no estaba ahí. No es que no sepa cuales son las propuestas, es sólo que no consigo cohesionarlas en una serie de estéticas con la suficiente relevancia social o interés personal.

Quizá es que esta situación nos va a regalar una forma de individualidad muy propia, un modo de expresarnos a través de lo que nos ponemos que por fín se haya liberado de toda influencia externa, de todo el bombardeo de imágenes manufacturadas para nuestro consumo que absolutamente todos nos tragamos sin ser apenas conscientes. Quizá la uniformidad se haya pasado de moda y por eso, los diseñadores presentan lo que les sale del moño, los estilistas y fotógrafos están todavía pensando en cómo contar con imágenes todo lo que han descubierto últimamente sobre sí mismos y su mundo y los consumidores han empezado a ponerse aquello con lo que realmente se sienten identificados.

Quizá, quién sabe.

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